A menudo en el mundo del desarrollo personal y profesional,  se suelen escuchar afirmaciones tales como “querer es poder» «nada es imposible».

Me recuerda todo ello el mecanismo infantil de la omnipotencia, por el cual el niño/a que todavía no diferencia entre el tú y yo, cree y se hace responsable de aquello que sucede a su alrededor, en concreto de sus padres, si papá o mamá están tristes ¿será que yo hice algo? Yo, yo soy el centro…

Y no somos el centro. Somos seres interconectados, montones de cosas nos influyen, no todo depende de nosotros.  

Que no tengamos varitas mágicas, ni seamos supermanes, ni heroínas, tampoco significa ser impotentes. A veces los mensajes del entorno, nos bombardean de manera que parece que sólo nos queda tener una actitud pasiva ante lo que sucede, que el único rol que jugar es el de ser víctimas de las circunstancias

Hay un refrán que dice “en el justo medio está la virtud” y por ahí me parece que va la salud. Ni OMNIPOTENCIA, NI IMPOTENCIA. Ni todo el poder, ni ninguno, sino el nuestro, el poder humano, que construye y crea, rodeándonos por doquier.

Hay un margen de maniobra que está en nosotros y que merece la pena poner en juego. La forma en la que abordemos lo que nos sucede, influye en cómo vivimos, hay un área de responsabilidad que está en nuestra mano. Y tenemos miles de ejemplos a nuestro alrededor que nos lo muestran. De hecho mi trabajo consiste en conectar y mover ese poder, pero con realismo.

Las personas influimos y somos influidas. La interdependencia juega en muchas direcciones: el afuera a veces aplasta el poder de dentro, otras lo hace florecer, a veces el poder interior es tan resiliente que sobrevive en circunstancias terribles.

Poner los pies en la tierra, me parece que es reconocer nuestro poder y también reconocer que estamos inmersos en un mundo que no controlamos. De aceptar ambas cosas, va en buena medida la experiencia humana, donde la inmensa capacidad y la vulnerabilidad van de la mano.

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