“Ama lo que haces, haz lo que amas” es una frase que hemos escuchado muchas veces y que en la que hoy me gustaría detenerme, porque profundizar en ella, puede ayudarnos a entender algunas claves del bienestar laboral.
Para mí las dos opciones que señala, lejos de ser antítesis, son complementarias. Apuntan a un lugar de equilibrio, que puede ayudarnos a situarnos en la vida en general, y la profesional en concreto.
Hacer lo que amas, aunque suene grandilocuente, a modo resumido, me parece una invitación a apostar por elegir a nivel profesional, un camino que nos guste, interese. y además donde sintamos que somos hábiles, aportando nuestro valor al mundo. Somos hermosamente diversas las personas y nuestros caminos también, respetar el nuestro es clave para guiarnos en la vida.
En el fondo es una cuestión de sentido común, y donde ganamos en todos los sentidos, ya que hace que podamos sentirnos más a gusto en los lugares donde estemos, y que brillemos más y mejor en nuestro trabajo. De hecho, parte de mi labor es acompañar a las personas a reorientarse profesionalmente, desde este respecto hacia ellas y ese intercambio con lo que le rodea.
Pero el bienestar laboral, no depende sólo de hacer lo que nos gusta e interese, porque todo es un sistema, donde a modo puzle, son varias las piezas a encajar.
¿Qué sucede si haces algo donde disfrutas, pero no consigues ganarte la vida dignamente con ello, o el ambiente de trabajo es tóxico, o implica un grado de estrés que te enferma, por ejemplo? Mi experiencia me dice, que solo hacer lo que amas, siendo importante no es suficiente.
Por eso cuando acompaño como mentora y coach, ayudo a abordar nuestra relación con el trabajo, a modo global, sea emprendiendo o trabajando para otras personas.
Para sentirnos en “bien-estar” en lo laboral, necesitamos equilibrio entre varios aspectos: Salarios económicos, emocionales y de realización.
A veces estos elementos no se dan de manera ideal y equilibrada, y necesitamos hacer nuestros propios ejercicios de integración y equilibrio.
Y aquí “amar lo que haces” o ponerle amor a aquello que tengas entre manos, aunque no sea para tirar cohetes, nos ayuda a hacernos la vida más amable y además a utilizar lo cotidiano o pequeño «a lo grande».
Todo el mundo hemos visto como alguien que nos atiende puede hacerlo con amabilidad o no, con profesionalidad o no, con gusto o desdén: desde cuando vamos a una frutería, al dentista, recibimos un curso, hacemos un trámite administrativo, o acudimos a que nos arreglen el coche. Esas pequeñas diferencias pueden marcar un punto de inflexión para nosotros y para las personas que nos rodean, sean compañeras de equipo o clientela que atendemos. El trabajo puede ser un buen lugar para ejercitar muchas habilidades importantes de la vida, que nos ayudan a hacerlo un lugar significativo por la manera de llevarlo a cabo, independientemente de qué sea a lo que nos dediquemos. Y esa manera de afrontarlo, no resta, al contrario, suma, da energía y satisfacción.
También esta es una frase, que para mi, invita a acoger lo imperfecto, lo que es menos motivador. Cualquier trabajo tiene aspectos más tediosos, complicados o difíciles, y aceptar esa parte del pastel es importante. Sólo querer hacer lo que me gusta o esperar que todo sea “Flow” me parece irreal. Nuestra realidad laboral es como la vida misma, “perfectamente imperfecta” y a veces idealizamos algunas posturas y nos colocamos de manera polar en un «todo o nada» o hago exclusivamente lo que me entusiasma o algo falla, hacer lo más tedioso no forma parte del equipaje, cuando realmente creo que sí.
Saber tolerar la frustración, es uno de los aprendizajes vitales más importantes: es decir, saber acoger lo que vivimos con todas sus partes, no huir de lo que es menos «guay». Aceptar y aprender a ponerse cómoda con lo que nos resulta más incómodo, y hacérnoslo y hacerlo útil, es una habilidad adaptativa que ayuda.
La vida, tiene sus misterios, sus grietas, sus maneras de enseñarnos a veces desde lo inesperado, desde lo menos gustoso.
Este post podría ser infinito, porque cuando hablamos de aceptar lo imperfecto, no hablamos de resignarse, aguantar, someterse ante lo que no nos va bien, o donde no nos sentimos a gusto, y mucho menos cuando no se nos trata con respecto y cuidado. Sino de aceptar que incluso el trabajo más bonito, tiene también su esfuerzo, sus momentos complicados, sus aristas. etc. Y que a veces, a lo aparentemente «menos bonito», podemos aprender a ponerle su pizca de amor y sal, sacarle punta y utilizarlo a nuestro favor.
En resumen en el trabajo, integrar estas dos frases creo que nos completa. Un buen aprendizaje vital puede ser apostar por disfrutar con lo que hacemos, y también acoger lo que aparentemente es menos atractivo, con la mayor amabilidad posible. En el fondo, ponérnoslo fácil y bonito, es una manera de amar a la persona que somos y a quienes nos rodean.